Homenaje a los jóvenes europeos que combaten
En ambos campos, hijos de la vieja Europa cumplen con su deber. Nos recuerdan que la historia es trágica.
No es la causa la que santifica la guerra, sino la guerra la que santifica la causa, afirmó Nietzsche.
Sin embargo, acaba de estallar de nuevo una guerra en el suelo de Europa, en la que caen jóvenes europeos, armas en mano, sirviendo a sus respectivas patrias en las filas de los dos bandos que hoy se enfrentan.
No nos corresponde comentar la causa defendida por los dos, pero es importante mostrar nuestro respeto por todos aquellos que luchan con lealtad, nobleza y coraje, sabiendo respetar al adversario al que, sin embargo, combaten con ardor.
“Dichosos los que murieron por los cuatro rincones de la tierra”, decía el poeta Charles Péguy, que cayó al frente de su compañía el 5 de septiembre de 1914, durante la Batalla de Ourcq.
Unos días después, el 26 de septiembre de 1914, el poeta alemán Hermann Löns también fue abatido durante un asalto a una posición francesa cerca de Reims.
Frente al enemigo, Péguy y Löns mostraron la misma valentía, el mismo sentido del honor y la misma fidelidad.
Péguy no consintió en el supremo sacrificio para apoyar los intereses de los políticos de la Tercera República, ni por odio a los germanos, sino para defender la tierra de los antiguos galos y francos.
Los soldados ucranianos que se lanzan hoy a la batalla no luchan necesariamente por los intereses de una clase política alejada de los valores tradicionales de su patria, como tampoco los soldados rusos necesariamente aprueban un poder que no duda en comprometerse. Milicias chechenas contra sus hermanos eslavos.
En ambos campos, sin embargo, los hijos de la vieja Europa están cumpliendo con su deber.
Nos recuerdan que la historia es trágica.
Pero esta tragedia coloca al hombre precisamente en posición de revelar su verdadero valor, cuando llega la hora en que ya no es posible sustraerse a la última prueba, para esconderse detrás de falsos pretextos, de habilidades mezquinas, de discursos rimbombantes y de posturas ventajosas.
Rindamos pues homenaje a todos los jóvenes europeos que luchan hoy en un conflicto cuyos intereses geopolíticos los superan con creces, pero que no han renunciado a comportarse como hombres íntegros.
Sin embargo, el rostro de la guerra es doble: no es sólo el tiempo del heroísmo, es también el de la destrucción y el sufrimiento.
Por lo tanto, esperamos que este conflicto termine lo antes posible, para que esta antigua tierra eslava que es Ucrania deje de ser devastada.
Fue en su suelo donde se formó el primer estado ruso en el siglo IX, cuando los varegos de Suecia arrebataron Kiev a los jázaros.
Varios siglos antes, los godos, que también procedían de las costas del Báltico, ya se habían asentado en las orillas del Bug y el Dnieper.
Todos eran herederos lejanos de aquellos jinetes indoeuropeos que se extendieron por la región hace más de cinco mil años, trayendo a Europa su lengua, su civilización y su visión del mundo.
Sobre todo, saquemos de esta guerra, sea cual sea el resultado, la lección necesaria: Europa no está destinada a dejarse desgarrar una vez más, como a mediados del siglo XX, entre dos bandos que la consideran el campo cerrado en donde dirimir sus querellas, como el espacio desarmado en el que satisfacer su codicia. Europa solo tiene una forma de escapar del desastre y es reconectarse finalmente con el poderio.
¡Que Europa recupere el control de su destino, y los jóvenes guerreros no habrán caído en vano!
Henri Levavasseur