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¿En qué se han convertido los héroes de antaño?

Frente a la omnipresencia de personajes de ficción importados desde Estados Unidos, urge volver a nuestras tradiciones y revivir a los héroes europeos.

¿En qué se han convertido los héroes de antaño?

Si le preguntas a un niño quién es su héroe favorito, lo más probable es que responda con el nombre de un “superhéroe”. Durante el Carnaval verás en los colegios a Spiderman, Batman o alguno de sus compinches, tal vez a un Robin Hood si tienes suerte, pero probablemente ningún Hércules o Sigfrido. Los héroes europeos están siendo borrados, o más exactamente, “superremplazados” del imaginario colectivo.

No es necesario profundizar aquí en la figura del héroe europeo —un personaje destacado portador de virtudes, o bien conocido por sus buenas acciones— ni mencionar nombres como El Rey Arturo, Cúchulainn, Sigfrido y Aquiles, o Ulises y Hércules para que sepamos de qué estamos hablando.

Ahora, en lugar de unos pocos individuos que encarnan las virtudes cardinales europeas, asistimos a una multiplicación de clones baratos que funcionan como otros tantos atractivos en el supermercado de la biempensancia. De un pequeño número de héroes inspiradores, famosos por haber hecho el bien o por los modelos que nos proponen, hemos pasado a una horda abigarrada de héroes de plástico.

¿Por qué nuestros héroes europeos son sustituidos poco a poco?

Entender las razones de esta sustitución es dar ya un paso hacia su remedio. Varios son los fenómenos que coexisten.

El primero es la ruptura de las transmisiones tradicionales combinada con la pérdida de nuestras raíces. El declive de la lectura y de la transmisión oral en el seno de la familia, que conduce a un desconocimiento cada vez más generalizado de la existencia de nuestros propios héroes. Los niños ya no leen, y sus padres ya no les cuentan nuestras historias. Separados de sus raíces, son abandonados frente a las pantallas por adultos cómplices que no tienen control sobre lo que ven sus vástagos. Los smartphones, la televisión y los videojuegos están llenos de superhéroes. Ni que decir tiene que estas pantallas son alimentadas por los mismos que prefieren los superhéroes rentables a los héroes incompatibles con el mundo globalizado…

Tras la pérdida de las raíces viene la permanencia de la aspiración heroica. La gente necesita héroes, tiene necesidad de un sentimiento heroico trascendente. Pero nuestros héroes europeos, sean o no de ascendencia divina, encarnan modelos propios de nuestra civilización, de la civilización europea. Y esto es lo que los hace incompatibles con nuestro mundo moderno, mercantil y globalizado. Como portadores de valores propios de un pueblo, de una civilización, son obstáculos para el mercado que querría que todos fuéramos idénticos, estandarizados y compráramos los mismos productos.

Por lo tanto, como es lógico, el mercado nos ofrece héroes compatibles con sus objetivos. Héroes globalizados y portadores de los valores de la moral universalista. Estos héroes sustitutivos que nos rodean, sin ser los de ningún pueblo, se convierten en los de todos los pueblos y sustituyen a los héroes mitológicos.

Del modelo de élite al producto de consumo: el superhéroe como modelo cómodo

En la mayoría de los casos, el superhéroe no es más que un ser humano normal y corriente que recibe superpoderes por casualidad, siguiendo la más pura lógica igualitaria: no es diferente de los demás, y lo que le ocurrió a él podría ocurrirle a cualquier otro. Es un ciudadano medio, pero con superpoderes.

También hemos pasado del héroe como élite —pertenece a una élite quien sabe que tiene más deberes que derechos— al superhéroe como producto de mercado. Se ha establecido una relación totalmente invertida. En lugar de héroes que personifican las virtudes necesarias para un determinado pueblo, en lugar de valores que sustentan su identidad y alimentan su poder, son el individualismo fanático y las minorías quienes dan a los superhéroes sus características. Negros, musulmanes, bisexuales, LGBTIQ+…, la lista es larga y seguirá creciendo a medida que se abran nuevos mercados.

También hay que señalar que la identificación con un superhéroe es mucho más fácil que con un héroe tradicional, ya que el catálogo es tan amplio que acabas encontrando uno con el que te identificas sin esfuerzo. Hoy en día, un héroe es sólo un personaje de ficción mercantil que lucha por el “bien”. El modelo vertical del héroe ha sido sustituido por el modelo horizontal de la lógica del mercado.

Y es el mercado, con todo su poder, el que hace la guerra a nuestros héroes: rodeado de productos derivados y dirigido a todos los grupos de edad. Los clientes de estos “superhéroes” no son sólo los niños que se han convertido en padres, sino los propios padres. El mercado de los superhéroes se ha convertido en un mercado transgeneracional que no deja detrás a nadie. Los padres llevan a sus hijos al cine a ver la última película de superhéroes y luego les regalan una carpeta con un logotipo que convertirá al pobre niño en un “hombre cartel”. Películas, dibujos animados, videojuegos, juguetes, ropa, material escolar, bebidas, dulces… La invasión es total.

Por último, y éste es un factor importante, estos “superhéroes” suelen ser productos estadounidenses. De esta América que quiere ser todo menos europea. De ahí que América, con apenas más de tres siglos de historia, también siga sometida a esta necesidad de culto heroico y, por tanto, produzca héroes antinómicos a los tradicionales europeos.

¿Qué hacer? Como siempre, recurrir a nuestras propias fuentes

En primer lugar, hay que celebrar el renovado interés por la mitología en general, y por la griega en particular. Los héroes griegos son el arquetipo del héroe europeo, la fuente primordial de la que debemos acompañar a los niños para que se inspiren.

En segundo lugar, debemos liberarnos de las pantallas y del mercado, y volver a nuestras tradiciones. Tradiciones de nuestros propios héroes que llevan y transmiten nuestros valores, y tradiciones de transmisión dentro de la familia. Contar historias a nuestros hijos, contarles nuestras historias. Nosotros, como adultos y padres, redescubrimos estas historias, las hacemos nuestras de nuevo y las contamos a nuestra manera. No hace falta que demos lecciones a nuestros hijos sobre el culto a los héroes: podemos dejar que se maravillen con las hazañas de Finn Mac Cumhail, con la astucia de Penélope y que ignoren el lanzamiento de tal o cual “superhéroe” adicional.

Frédéric Desylve – Promotion Dominique Venner