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De la herencia al compromiso: la Europa de nuestros hijos

Ceci est une traduction en espagnol du texte de présentation du XIe colloque de l'Institut Iliade, De l’héritage à l’engagement, l’Europe de nos enfants. Plus d'informations : Colloque 2024

De la herencia al compromiso: la Europa de nuestros hijos

La undécima conferencia del Instituto Iliade se celebrará el sábado 6 de abril de 2024 en París. Texto de presentación, de Henri Levavasseur.

Europa, no es una simple unión de intereses económicos y financieros, más o menos descentralizados que favorecen a la desregulación de numerosas transacciones en el seno de una supuesta “aldea global”. No es un conglomerado de pueblos desarraigados dispuestos al capricho de la evolución del “mercado” dentro de un espacio sin fronteras ni límites, abierto a los cuatro vientos a las descontroladas olas migratorias.

Europa, no es un apéndice avasallado de Occidente, situada bajo la recelosa dominación de una superpotencia de ideas mesiánicas, convencida de su deber de aportar al mundo los beneficios de sus valores supuestamente universales. Mas tampoco es, la mera península de una Eurasia cuyo centro gravitacional se encuentra en las proximidades de los Urales.

Europa, no es el resultado de una historia vergonzosa cuyo legado debiera ser borrado, o desfigurado, con el fin de imponer a sus herederos una losa mortal de arrepentimiento. Tampoco es un barco a la deriva capitaneada por una serie de profetas delirantes de la “deconstrucción”, empecinados en socavar los cimientos antropológicos que garantizan la evolución y preservación de las culturas, sociedades y pueblos.

Europa, no es un conjunto de paisajes desfigurados, un medio natural devastado en nombre de los imperativos del desarrollo ilimitado, impuesto en apoyo a políticas cortas de miras. Menos aún, es una huida de toda lógica de poder, en nombre de las fantasías de un ecologismo mal entendido.

Europa, no es un cortijo de tecnócratas encargados de alimentar “al más frío de todos los monstruos fríos”, como un cacique sin rostro que despoja a sus siervos de sus prerrogativas con una autoridad quisquillosa, pero que igualmente se muestra incapaz de defenderlos. Europa no es la Unión Europea.

Europa, es algo muy distinto y mucho más que eso. Es a la vez una herencia antiquísima y una prefiguración del futuro de los pueblos que la encarnan.

Europa, es un espacio geopolítico habitado desde hace miles de años por un conjunto de pueblos estrechamente emparentados. A pesar de la violencia de los conflictos que han tejido la trama heroica y trágica de su historia común, estos pueblos comparten una misma herencia civilizatoria, forjada a partir de una aleación de elementos étnicos que ha permanecido prácticamente inalterada en todo el continente desde el inicio de la Edad de Bronce, dos mil años antes de la era cristiana. La expansión celta, los albores del pensamiento griego, el auge del Imperivm romano, la renovatio imperii carolingia y germánica, el retorno a las fuentes perennes de la inspiración clásica durante el “Renacimiento”, el despertar del sentimiento de identidad de los pueblos de Europa a mediados del siglo XIX, todos estos fenómenos, aparentemente diversos, son en realidad la expresión polifónica de un mismo carácter europeo, manifestado en formas diversas y constantemente renovadas, tanto en el ámbito político, filosófico y artístico como en el científico y tecnológico, por pueblos procedentes de un mismo crisol. Pero el cataclismo del “siglo de 1914” sacudió esta edificación civilizatoria. Más aún que las inmensas destrucciones y pérdidas que provocaron, la realidad es que las dos guerras mundiales llevaron a los europeos a dudar peligrosamente de sí mismos. A menudo cegados por ideologías que pretenden hacer borrón y cuenta nueva en nombre de un supuesto “sentido universal de la historia”, nuestros pueblos deben salir ahora del letargo en que los ha sumido el materialismo consumista de las últimas décadas.

Porque no somos sólo los herederos de un patrimonio: ¡esta herencia nos compromete! Nuestra herencia nos exige un compromiso total, para hacer frente a los retos de nuestro tiempo con claridad y determinación. Lo que está en juego es colosal: los pueblos de Europa deben elegir ahora entre la aniquilación definitiva o la voluntad de cumplir con su destino histórico, continuando así con la libre afirmación de su identidad y soberanía, sobre el espacio continental en el que nació y se forjó su carácter hace más de cinco mil años. En este contexto, todos y cada uno de nosotros podemos elegir entre renunciar, intentar conservar frívolamente un compromiso tibio y más o menos cómodo, o por el contrario, permanecer activamente fieles a “lo que somos”, en todos y cada uno de los ámbitos de la vida, para “vivir como europeos”. Esta elección y este compromiso determinarán lo que será la Europa de nuestros hijos.

Este es el llamamiento que hacemos: Europa no son sólo las bases de nuestras patrias, la “tierra de nuestros padres”; también debe convertirse, en palabras de Nietzsche, en la “tierra de nuestros hijos”. Europa es a la vez mito y destino, memoria de nuestros orígenes y voluntad siempre renovada de recuperar nuestra grandeza original. Es el lugar donde el carácter de los pueblos europeos construyó los megalitos de Stonehenge, las columnas del Partenón, las naves de las catedrales, y concibió los cantos homéricos, la música polifónica, la física cuántica y el cohete Ariane. En toda Europa se levanta una nueva generación, consciente de sus raíces, de su identidad y de su pertenencia a una civilización común. Enfrentada a retos sin precedentes, le corresponde ahora emprender una verdadera “revolución conservadora”, destinada a liberar sus mentes de los grilletes ideológicos que la encadena. Este es el camino de la “gran refundación”, el preludio de un nuevo renacimiento que llevará a los pueblos de Europa a recuperar juntos el pleno control de su espacio geopolítico. Europa es el gusto por el poder renovado, por el orgullo de los pueblos y las naciones, que trasciende por la conciencia de servir a un interés superior, el de nuestra civilización.

Henri Levavasseur